Claudio Benati y Franklin Tello son los nombres de los hospitales que marcaron a Daniel Simancas, pues en esos lugares terminó por apasionarse para siempre de la Medicina. Allí, el uno ubicado en Zumbahua (Pujilí) y el otro en Nuevo Rocafuerte (Aguarico), sacó su casta del profesional convencido de que el amor y la humanidad mueven montañas. 

Todo porque en esas zonas del Ecuador profundo la pobreza era inmensa y el sistema sanitario, precario; entonces, en esos dos centros de atención hospitalaria el médico siempre hacía de sicólogo, confesor y servicio de urgencias. Y para ejercer todo aquello, tuvo que apelar a la creatividad. 

La historia del actual Decano de la Facultad de Ciencias de la Salud ‘Eugenio Espejo’ comenzó en 1983, cuando nació en Latacunga. Hijo de un médico de vocación, Telmo Simancas; y una enfermera de cepa, Gloria Racines. La pareja le enseñó, al igual que a sus otros dos hijos, la virtud de la labor social y el servicio. 

Por eso, cuando Daniel Simancas hizo el año de salud rural su entrega fue total y surgió en él un deseo ferviente de cambiar la realidad del país. En Zumbahua hizo medicina de altura, de la pobreza, de la marginalidad, de la desnutrición en niveles espeluznante. Y en Nuevo Rocafuerte entendió que en la Medicina hay cosas más allá de la ciencia, como la espiritualidad.

Antes de abrazar su pasión por la formación médica, se decantó por el fútbol, quizá por el ejemplo que imprimió su entrañable abuelo, ‘Loco’ Racines, quien fuera un destacado arquero del país. 

Sus padres también le impulsaron a dar un paso al deporte profesional y a los 14 años empezó en el América de San Buenaventura, luego pasó al Deportivo Cotopaxi. A los 16 años, formó parte del equipo de fútbol de la Universidad UTE. 

Por esa época, la Medicina se cruzó en su vida y se matriculó en la Universidad Central, aunque seis meses más tarde se pasó a la UTE justo cuando se abrió la carrera en nuestra casa de estudio. Daniel Simancas formó parte de la primera promoción y fue uno de los mejores egresados.. 

De a poco, la pasión por la ciencia cubrió todo su tiempo. Tras la rural, la UTE le otorgó una beca para especializarse en Epidemiología e Investigación Clínica, en Colombia. Luego vino el doctorado en Medicina Preventiva y Salud Pública, en España.  

Durante su carrera fue desarrollando sus habilidades en investigación, pero también cobró fuerza la academia. A los 23 años daba charlas de educación sexual en la Escuela de la FAE y, mientras hacía el internado rotativo, fue docente de la Universidad Central, en la carrera de Enfermería. Y con sus títulos de cuarto nivel, comenzó su cátedra en la UTE. 

Luego llegaron otros retos mayores. En los años de pandemia por el covid-19 fue uno de los especialistas que guío a la comunidad sobre los peligros y cuidados que debía tener para enfrentar el virus. Por el trabajo hecho, está en el puesto nueve de los mejores investigadores en ciencias de la salud del país.

El apoyo incondicional de su familia ha sido definitorio en su crecimiento profesional: su esposa, María José; y sus dos pequeños, Rafaela y José Daniel. Ellos son su felicidad y el motor para seguir en el camino. 

Como hombre de profundas raíces, siempre se ha mostrado muy agradecido con sus maestros y mentores, a quienes los llama “mis ángeles de la vida”. En esa lista están muchas personas, pero una muy especial, que marcó su vida profesional, es Ricardo Hidalgo Ottolenghi, actual rector de la UTE: “él confió en mí desde que era estudiante, y cuando estuve en la rural me llamó a formar parte de Centro Cochrane Iberoamericano”. 

De allí en más, el camino de la investigación ha sido su norte. Una tarea que se ramificó en todas las tareas que le han encomendado, desde la Dirección de Investigación de la UTE hasta el decanato. En cualquier de sus funciones, su hoja de ruta ha sido una sola: expandir el mensaje de la excelencia, calidad, humanidad, ética y empatía con los pacientes.